Wednesday, September 29, 2010

Carrera de Caballos.


Recuerdo el día que el tío Juan Carlos corrió la carrera de caballos con el gitano. Mi mamá me dijo que llevara a pastar al bonito al campo de los gitanos con mi prima Juana. Un gitano alto, con ojos rasgados y pelo en el pecho se nos acercó y me preguntó de quién era el caballo y si podía correr rápido. Le dije que era de mi abuela y que siempre lo llevábamos ahí a pastar. Mi tía-abuela Ramona tenía una pequeña fábrica de sodas, su casa siempre estaba llena de sifones de vidrio de muchos colores y tamaños. Al bonito lo usaba para llevar la carreta del reparto de sodas, era el único caballo que tenían en la casa para el trabajo. El día que nos encontramos con el gitano alto, morocho y delgado, le contamos a mi tío que lo había retado a correr una carrera. A Juan Carlos la plata siempre le venía bien, así que decidió correr la carrera con el gitano alto, morocho, delgado y carilindo. Volvimos todos al campo de los gitanos y se había armado una especie de pista y aparecieron muchos gitanos con billetes en la mano, discutiendo y gritándose unos a otros mirando de reojo a mi tío y al caballo. Especulaban sobre la plata y sobre nosotros. Mi prima y yo correteábamos por unas montañitas de basura junto con unos gitanitos. Se escuchó un disparo y una nube de tierra se levantó después que los caballos comenzaran a correr. La carrera duró unos pocos minutos y mi tío había ganado. Un silencio total se hizo cuando los demás gitano vieron que habían perdido, todos habían apostado contra mi tío. Ya los billetes no estaban ondeando en sus manos. Habían desaparecido por completo del panorama. El bonito estaba empapado en sudor y tierra mojada, yo creí ver una pequeña lágrima en sus ojos negros. No estaba acostumbrado a correr de esa forma, su marcha siempre se limitaba a llevar las sodas a paso de hombre casa por casa, vecino por vecino. Cuando mi tío apareció a reclamar lo suyo, los gitanos no quisieron darle la plata, y unos pequeños cuchillos asomaron en sus cinturones. Los nenes que jugaban con nosotras, desaparecieron al igual que los billetes y Juana y yo tuvimos miedo. Nos metimos entre las piernas del bonito que jadeaba cada vez más fuerte. Mi tío sacó de su camisa una pistola y miró a los ojos al gitano alto, morocho, delgado, carilindo y embaucador y le dijo “pensé que éramos todos hombres acá, pero a los gitanos les gusta seguir con el estereotipo”. Un gran barullo reinó entre las carpas y los manteles colgados en los cables de luz robados. Un gitano viejo, con cara de villano se acercó a mi tío y le dio unos cuantos pesos que no eran los que habían arreglado, pero tuvo que darse por contento. Mi tío, Juana y yo salimos casi corriendo del campo de los gitanos, con el pobre de bonito apenas en pie. Al llegar a la casa, mi abuelo salió a ver el caballo y lo vio todo transpirado, casi muerto. Le preguntó a mi tío que había pasado y él le contó de la carrera y de la plata ganada. La cara de mi abuelo se transformó de tal forma que parecía llevado por el diablo. Agarró el látigo que jamás se usaba con el bonito y le dio una zurra a mi tío que hasta el día de hoy recuerdo sus gritos. Ese día mi tío Juan Carlos hubiese preferido que lo mataran los gitanos.

Sunday, September 12, 2010

La culpa de Deyanira.

Solía amarrar a mi amor con un hilo de diamante, esos que son irrompibles. Hasta que una mañana mi amor me dijo: "dejame libre y te retribuiré todo tu amor". Sabía que me estaba engañando pero aun así lo dejé libre. Comenzó a dar vueltas por el aire, a saltar en mis sillones y dejarme las paredes manchadas de extravagantes colores. Me enojé con él, cómo haría para volver a tenerlo si no me dejaba atraparlo. Me puse a llorar para ver si se compadecía de mi, pero en cambio solo se rió. Furiosa le grité y esta vez lloraba de verdad. Lo perseguí por toda la habitación, mientras más me enojada me veía, más se divertía. Logré agarrarlo de una pierna, luego del brazo y por último del cuello. No quería que se fuera, por eso lo apreté con todas mis fuerzas para que oiga mi corazón latir por él, pero cuando abrí los ojos, él ya no respiraba, lo moví y lo llame por su nombre pero no me respondió. Empezó a ponerse pálido y lo solté, antes de llegar al suelo se desvaneció transformándose en una nube grisácea yéndose por la ventana. Nunca más volví a verlo, no estoy segura de que viva, pero me reconforta saber que fue mio y por ahora no es de nadie más.