Wednesday, October 19, 2011

Restaurant chino

Dos hombres reían y pensaban que eran dos hombres. Uno de ellos trajo un cachito de comida de un restaurant chino. Ambos comieron gustosos. No tenían para tomar así que "el otro de ellos" se cortó el dedo y le dio de beber a su amigo. Ya eran amigos, dos amigos. Comiendo y bebiendo uno del otro frente a un restaurant chino.

Tuesday, August 9, 2011

Mujer-guerra (I)



Mujer ¿Dónde estás? ¿A dónde te llevaron tus aires de revolución?
Abandonaste el hogar y las femeniles labores.
Te fuiste durante el día dejando atrás retoños mojados y camas hechas.
Cortaste tu cabello y laceraste tus mejillas con varas de hierro.
Ya no tenés piel en tus labios, ni anillos en tus dedos.
Dejaste de ser mujer para ser mujer-guerra.
Y eso me llevó a la destrucción.

Sunday, April 3, 2011


Irene

18 años

En el tren Irene miraba por la ventanilla. Las mismas casas, los mismos árboles, los mismos montoncitos de basura al lado del las vías. Un muchacho se sentó junto a ella. Por sus movimientos Irene pensó que era tímido, no la miró en ningún momento. El tren seguía su paso como de costumbre, estación por estación con su típico vaivén adormecedor. En City Bell, dos muchachas suben y se sientan cerca de la puerta. Irene y el muchacho las siguieron con la vista. Una de ellas sacó un cepillo y comenzó a peinar a su amiga (tal vez pareja, tal vez hermana). Ambos espectadores no podían dejar de mirar la escena. Les pareció mágica y sobretodo excitante. Son aquellos pequeños momentos únicos. El cepillo pasaba delicadamente sobre la larga cabellera oscura de la joven, una y otra vez en un movimiento continuo y repetitivo. Constante, hipnótico. Cada hebra se dejaba acariciar por los dientes del cepillo, no presentaban oposición alguna. El enjambre de pelos alisados se fue convirtiendo poco a poco en una larga trenza que se abría hacia el final lleno de unos pelitos quebradizos en las puntas. Irene las miraba extasiada, sin moverse, en cambio, el muchacho junto a ella se sonrojó y comenzó a retorcerse. Su erección fue imposible de ocultar y salió despedido del asiento hacia otro vagón. Irene se alegró de ser mujer.

Sunday, February 6, 2011

La desordenada vida de Irene.


Irene

32 años.

-“Al final, tanto que te quejabas de tu papá terminaste siendo la misma mierda que él”
-“¿Qué querés, que me quede en la casa limpiando tu mugre? Gritó Irene y un poco de saliva se coló con sus palabras. -“No puedo ser la mujer esclavo que necesitás, no puedo ser una ama de casa común y corriente, yo tenía una carrera, una vida, amigos y una vida social. La abandoné para ser tu mujer, tu esposa… pero sigue siendo mi culpa, no supe decir basta cuando me estabas cortando las vías de escape.”
-“yo quiero que mi mujer esté en mi casa esperándome cuando llegue, ¿es mucho pedir eso?” dijo él sin pensar en lo que decía.
-“¿vos te escuchás hablar? ¿Vivís en el año ´50?” “¿Qué te pensás, que sos el macho, el hombre de la casa, el que tiene que traer la plata para darme de comer?” te aviso que puedo mantenerme sola, mucho tiempo lo hice y lo puedo volver a hacer… ah y otra cosa, no hablés de mi viejo si no sabés, te gusta mezclar las cosas. No tenés idea de lo que sufrió mi vieja por su culpa y mucho menos mi hermana y yo, así que si vas a ponerte a decir pelotudeces, mejor andate y volvé cuando estés dispuesto a que hablemos como la gente porque así no se puede hablar con vos.
Irene se metió en el baño a comerse las uñas como siempre hacía cuando estaba nerviosa, esperando escuchar la puerta de salida.

Monday, January 31, 2011

La desordenada vida de Irene.


Irene.

9 años.

En el tren Constitución- La Plata pasó un vendedor de abanicos de madera con unos dibujos de gaviotas en toda su extensión. Irene y su hermana quedaron extasiadas al verlos. La mamá paró al vendedor al oír las interminables súplicas de las hermanas. “¿Cuánto cuestan?” “cinco pesos cada uno, señora” mientras entregaba un abanico a cada una de las nenas y uno a la madre. “Bueno chicas, elijan uno que el señor se tiene que ir.” La hermana de Irene, Marcela, eligió el de la gaviota azul apunto de volar, mientras que Irene no se decidía por ninguno. Quería agarrarlos a todos, pero principalmente al de la gaviota azul a punto de volar. Sabía que no podía tenerlo porque su hermana le diría “copiona” y la molestaría siempre. Es el precio que hay que pagar por ser la menor. Marcela siempre elegía las cosas más lindas, Irene siempre era la copiona y la de la ropa usada.
El vendedor empezó a impacientarse al ver que podía estar perdiendo otras ventas, hasta que la niña miró a la mamá que tenía esa mirada que le ponía siempre momentos antes de retarla y como estaba sentada junto a ella, agarró uno cualquiera. La madre le pagó dos abanicos al hombre y escondió el que tenía en su mano. El vendedor se fue hacia otro vagón e Irene se quedó mirando a la mamá que le hizo el gesto de shh con la mano.

Friday, January 28, 2011

La desordenada vida de Irene.


Irene.

17 años.

“¿Qué mirás?” le preguntó Irene mientras reía con un sonido nervioso.
“Miro lo que miran tus ojos” fueron las palabras que salieron de su boca y las piernas de Irene se aflojaron. Tenía el nudo en el estómago nuevamente, como lo tuvo la primera vez que salieron y todas las siguientes.
Esta vez se encontraron en la casa de él. La habitación estaba un poco desordenada y había ropa tirada en el piso. La cama no estaba hecha, estaba igual que cuando él se levantó. Irene podía sentir el olor a toalla mojada entre las sábanas. Curiosamente le agradó que esté todo un poco sucio. “¿tu mamá no nos escuchará?” “no, está mirando una película. Siempre se engancha y no se da cuenta de lo que pasa”. La televisión se escuchaba como un murmullo.
El le pasaba la mano por la espalda buscando los ganchitos del corpiño, besaba el cuello de Irene lleno de collares y de cintas. Ella se ponía cada vez más nerviosa. Empezó a respirar de forma entrecortada pero estaba cómoda. Quería hacerlo, ya era grande. El le gustaba y se sentía segura, pensó en sus amigas, en qué dirían cuando les cuente, pensaba en la bombacha que tenía puesta, si no sería muy infantil para él. Irene se dejó llevar, aunque no paraba de pensar en la mamá y la película. Deseo que fuese eterna, pero también quería que todo pasara rápido y que terminara y que solo le quede la sensación de haberlo hecho.