Patricia habla dormida. Cuando la tengo
acostada al lado la escucho tener extensas conversaciones con personas que
luego no recuerda cuando está despierta.
Tengo la sensación de que está viajado cuando sueña; pero no viajando como solemos viajar o esos sueños que estamos desnudos o comiendo con nuestra abuela ya fallecida, sino
que ella viaja para poder conversar. Cuando se despierta siempre lo hace
cansada, le duelen los labios y la mandíbula entera. Por eso dice que los besos
a la mañana no son sus favoritos ¡claro! si tiene toda la boca seca de haber
pasado las seis horas que duerme hablando hasta hartarse. A veces la escucho
reír de algún comentario que esos interlocutores imaginarios le están diciendo. Pero de la
misma manera que ríe, también llora; le he visto llorar por horas a moco
tendido. Primero contrae las cejas, esas negras cejas que tiene, luego hace una
mueca con el labio inferior y a los tres segundos ya está llorando. La envidio
realmente o envidio la situación. Ojalá yo pudiera hablar con ella con la misma
profundidad que lo hacen esos seres que comparten sus noches. Yo la tengo por
las mañanas y las tardes, pero quisiera
que las noches sean mías también. Solo me pertenece una porción de su tiempo y
nunca sus más subterráneos sentimientos. A mí me deja las sobras, lo que queda
para después. Creo que me molesta. Odio que sueñe. Odio que me deje afuera.
Bah, creo que la odio a ella.
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