Monday, January 31, 2011

La desordenada vida de Irene.


Irene.

9 años.

En el tren Constitución- La Plata pasó un vendedor de abanicos de madera con unos dibujos de gaviotas en toda su extensión. Irene y su hermana quedaron extasiadas al verlos. La mamá paró al vendedor al oír las interminables súplicas de las hermanas. “¿Cuánto cuestan?” “cinco pesos cada uno, señora” mientras entregaba un abanico a cada una de las nenas y uno a la madre. “Bueno chicas, elijan uno que el señor se tiene que ir.” La hermana de Irene, Marcela, eligió el de la gaviota azul apunto de volar, mientras que Irene no se decidía por ninguno. Quería agarrarlos a todos, pero principalmente al de la gaviota azul a punto de volar. Sabía que no podía tenerlo porque su hermana le diría “copiona” y la molestaría siempre. Es el precio que hay que pagar por ser la menor. Marcela siempre elegía las cosas más lindas, Irene siempre era la copiona y la de la ropa usada.
El vendedor empezó a impacientarse al ver que podía estar perdiendo otras ventas, hasta que la niña miró a la mamá que tenía esa mirada que le ponía siempre momentos antes de retarla y como estaba sentada junto a ella, agarró uno cualquiera. La madre le pagó dos abanicos al hombre y escondió el que tenía en su mano. El vendedor se fue hacia otro vagón e Irene se quedó mirando a la mamá que le hizo el gesto de shh con la mano.

Friday, January 28, 2011

La desordenada vida de Irene.


Irene.

17 años.

“¿Qué mirás?” le preguntó Irene mientras reía con un sonido nervioso.
“Miro lo que miran tus ojos” fueron las palabras que salieron de su boca y las piernas de Irene se aflojaron. Tenía el nudo en el estómago nuevamente, como lo tuvo la primera vez que salieron y todas las siguientes.
Esta vez se encontraron en la casa de él. La habitación estaba un poco desordenada y había ropa tirada en el piso. La cama no estaba hecha, estaba igual que cuando él se levantó. Irene podía sentir el olor a toalla mojada entre las sábanas. Curiosamente le agradó que esté todo un poco sucio. “¿tu mamá no nos escuchará?” “no, está mirando una película. Siempre se engancha y no se da cuenta de lo que pasa”. La televisión se escuchaba como un murmullo.
El le pasaba la mano por la espalda buscando los ganchitos del corpiño, besaba el cuello de Irene lleno de collares y de cintas. Ella se ponía cada vez más nerviosa. Empezó a respirar de forma entrecortada pero estaba cómoda. Quería hacerlo, ya era grande. El le gustaba y se sentía segura, pensó en sus amigas, en qué dirían cuando les cuente, pensaba en la bombacha que tenía puesta, si no sería muy infantil para él. Irene se dejó llevar, aunque no paraba de pensar en la mamá y la película. Deseo que fuese eterna, pero también quería que todo pasara rápido y que terminara y que solo le quede la sensación de haberlo hecho.